María Socorro Suárez Lafuente
Profesora de Filología Inglesa en la Universidad de Oviedo desde 1975, imparte cursos de doctorado desde 1978 y en el Programa de Doctorado de Estudios de la Mujer desde 1995.
Familias inhóspitas
Realidad y ficción para “matar al padre”
M.S. SUÁREZ LAFUENTE
Lo que sé del amor, Premio Principado de Asturias de la Fundación Dolores Medio 2015, es una novela intensa y cruda. Dos escritores conviven durante un mes en una casa del entorno rural de Oviedo, alejados del mundanal ruido y, durante unos días, aislados por la nieve. Un escenario claustral, pero no claustrofóbico, donde el escritor de más edad actúa de crítico de lo que va escribiendo el más joven, autor novel.
Folio a folio y café a café, se van desgranando dos vidas paralelas, dos monólogos que se van enredando en uno solo conforme pasan los días y ambos hombres se parecen cada vez más a “un par de náufragos a la deriva”. La pretendida ficción que practican, de crítico y escritor, se trueca muy pronto en autobiografía y ésta en recuerdos de la niñez.
El eje de su desamor infantil es, en ambos casos, el padre, hombre egocéntrico y mujeriego que no se siente atado por ningún lazo familiar. El drama consiste en que la ficción no está reflejada solamente en las páginas de la novela en curso, sino que crítico y escritor la han vivido en el seno de su familia, queriendo creer que el padre, como no podía ser de otro modo, los amaba. Por eso, al articular, uno para el otro, la tortura de su infancia y poner en palabras la verdad ineludible, el sufrimiento es físico e insoportable: “Tú, al igual que yo, eres hijo de un hombre que no te quiso. Que no te quiso y que no te quiere”. “Fue un jarro de agua fría, el globo pinchado, un cuchillo de hielo entre las costillas. Se me encogió el alma. Tu padre no te quiere.”
A las historias del pasado y su repercusión en el presente, y al presente de los dos hombres, rememorando y dejando aflorar los recuerdos más duros, se suma un interesante subtexto: el del arte de escribir. Disponer la vida como si de una novela se tratase obliga a organizarla en “modo de secuencias, instantes recortados, ampliados, magnificados, con frases contundentes, sentenciosas”. Sólo así podemos acceder, como lectores, al intenso dolor de niños obligados a tomar decisiones de adultos que desgarran su alma en jirones para el resto de su vida.
“Félix había decidido desenterrar al niño que había sido” y, al hacerlo en forma de novela, nos arrastra a quienes leemos a transitar con él “la vereda del dolor”. Pero el cerebro humano, nos dice el crítico, busca “líneas de fuga que desahoguen el cuadro”, y gracias al amor de Félix por los animales nos distraemos con las ocurrencias de las gatas o la energía de los perros, o con la contemplación del entorno natural que el crítico ha elegido para erigir su casa de obligado lobo solitario, abandonado por su mujer y su hija adolescente.
Como buena novela dentro de la novela, la historia del escritor novel se cierra con un final clásico, definitivo. Evidentemente, no se trata del “fueron felices”, pero tampoco es un final obvio; tendrán que llegar a la última página para desvelarlo.